martes, 31 de enero de 2012

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No dejes de mirar a la luna –le dijo- sobre todo ahora en otoño que debido a los cristalitos de hielo tiene a veces ese halo tan mágico.

Echaba de menos el mar, su mar. Echaba de menos la humedad que éste, junto con el sol, creaba en el ambiente y hacía traspirar a su piel. Echaba de menos que formara parte de su día a día, verlo todas las mañanas a través de las ventanas del autobús. Le faltaba una mitad que se había quedado allí, con él, y que seguía contemplando desde lejos el movimiento de sus olas. “No dejes de mirar a la luna”, se repetía.


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